Ente la Granja y Valsaín, en un sendero que sube desde ” Las Pasaderas” del río hasta la carretera del Robledo, hay un claro del bosque en cuyo fondo brillan, cuando llega el verano, las hojas plateadas de dos grandes álamos blancos.
El color blanco y plata de estos álamos sobre el fondo del claro, contrasta con el verde intenso del pino albar, que en esta altura del bosque aún se mezcla con los robles del melojar. Hay algo misterioso y mágico en este claro, algo que fluye del envés algodonoso y plateado de las miles de hojas de estos álamos que tiemblan inquietas, acariciadas por la suave brisa del largo y cálido atardecer de un agosto lejano.
No se sabe de donde vinieron estos dos grandes álamos a asentarse entre los pinos y los robles. No se sabe tampoco su edad, pero un viejo que andaba por allí perdido me dijo que algunos ejemplares de esta especie pueden alcanzar los cuatrocientos años.
A tan sólo unos kilómetros de allí, los jardines del Palacio de La Granja son un canto al paganismo, a los viejos dioses de la mitología greco-latina; y este antiguo claro del bosque, con sus grandes álamos blancos, nos hace retornar a ese mundo misterioso y palpable de los mitos ancestrales.
En la mitología griega el álamo blanco es el final de la metamorfosis de la ninfa Leuca. Hades, el dios del inframundo rapta a Leuca y cuando esta muere, la transforma en un álamo blanco en los Campos Eliseos, una región del inframundo en donde vagan las almas de los muertos que no se han reencarnado.
Al morir, las almas de los hombres son conducidas al inframundo, al Hades como también se le denomina, hasta la orilla de la laguna Estigia que cruzan en la barca de Caronte. Al entrar en el inframundo, las almas llegan sedientas a la fuente de Leteo, la fuente del olvido. Sus aguas borran de las almas todos los recuerdos de su vida anterior. Este olvido es necesario para que los dioses puedan reenviarlas a los nuevos cuerpos en donde renacen. Si no beben de las aguas de Leteo, las almas pueden llegar a la fuente de Mnemósine, situada junto a un álamo blanco. Su agua otorga el don de la eterna memoria. Tras beber este agua las almas quedan vagando para siempre por los Campos Elíseos, sin volver ya a renacer. Orfeo aprendió esta ruta que evitaba a las almas ya en el inframundo la reencarnación eterna y se la enseñó a algunos iniciados.
También se transformaron en álamos blancos las Helíades, las hijas del dios Helios, al enterarse de la trágica muerte de su hermano Faetón. Se sabe que estos álamos blancos lloraban Elektras, que según el gran médico segoviano Andrés Laguna, en castellano es el ámbar. Los álamos blancos lloraban lágrimas de ámbar. Laguna, sin embargo, como buen racionalista, no creía que los álamos blancos vinieran de las Heliades ni que lloraran lágrimas de ámbar, sin embargo sí nos cuenta que entre sus bienes más preciados guardaba dos piezas de esta extraña materia que había encontrado en un lapidario de Roma, una con un mosquito y la otra con una mariposa con las alas extendidas, atrapados para siempre en su interior.
Todos sabemos que en La Granja y sus alrededores habitan extraños fantasmas, que vagan entre sus calles y caminan perdidos por sus campos.
A mi me cuesta creer sin embargo, que sean estos seres fantasmales los mismos seres que moraban los Campos Elíseos. Me cuesta creer que sean estas almas inmortales del Hades, las que pudieran caminar por este mismo claro del bosque, y con Laguna, que los grandes álamos blancos en el fondo del claro sean reencarnaciones de Leuca o de alguna de las Heliades. Pero al releer estas páginas de la mitología griega he logrado entender muchas de las sensaciones que experimentamos en aquél lugar del bosque en la ya lejana tarde de agosto.
El viejo misterioso que encontramos bajo aquellos dos grandes álamos blancos, al despedirse , metió la mano en el bolsillo del pantalón, y la sacó con el puño cerrado. Al abrir el puño, extendió su mano y mostró sobre la palma, con una extraña sonrisa, dos trozos de ámbar: uno guardaba en su interior un pequeño mosquito y el otro una mariposa con las alas extendidas.
Secuoyas gigantes en La Granja de San Ildefonso.
El olor de los tilos en flor en La Granja de San Ildefonso.
Cerezos en flor en la Cueva del Monje, Montes de Valsaín, La Granja de San Ildefonso.
Las olmas desparecidas de la Sierra de Guadarrama
Otra foto de la Olma de Santa Cecilia. La Granja. 1920
La olmeda de la ermita de San Juan de Baños en Palencia
Tilos en los jardines de Fointenebleau y en La Granja de San Ildefonso